Saturday, January 19, 2008

Marla Singer



Marla Singer nació 26 años antes de conocer a Tyler, en un suburbio de Detroit. Su familia, dentro del esquema desestructurado, era bastanta típica. Fue la hija pequeña de Ed Singer, trabajador en una planta de fabricación de coches, y Jacqueline, una mujer que disfrutaba ocultándole a su marido las eróticas aventuras que tenía con los amigos de él. Marla tenía tres hermanos. Al mayor, Ed Junior, no llegó a conocerlo nunca. Cuando ella apenas había nacido, el primogénito de los singer cumplió 17 años, decidió que estaba harto de su familia y se largó. Decía que quería ser piloto de carreras y que nadie podría arrebatarle su sueño. Su familia nunca lo supo, pero Ed Junior murió tres semanas después en una pelea callejera. Ni siquiera había salido de Detroit. El segundo hermano, Joe, tuvo una vida gris. Asistió a la escuela pública sin hacer amigos, y a los 18 años se puso a trabajar en una fábrica de coches, la que le hacía la competencia a su padre. A los 21 conoció a Betty, una chica que no dudaba en llevar a cabo discretos actos de prostitución cuando no tenía dinero para comprar chicles, se fue a vivir a una casa gris y tuvo dos hijos grises. El tercer hermano, Lewis, fue lo que se dice un desastre. Batiendo un récord en lo que a drogadicciones se refiere, empezó su romance con el pegamento industrial a los 9 años. Desde entonces le gustó considerarse a sí mismo un “investigador de la conciencia”, aunque no era más que un burdo yonqui. Tenía una gran habilidad robando en pequeñas tiendas, y gracias a eso se las apañaba para ir sobreviviendo. Marla creció entre estas figuras de referencia. A decir verdad, casi nadie le hacía caso. Marla jugaba sola mientras su padre trabajaba, sus hermanos recorrían las calles y su madre se encerraba de la forma más descarada en su habitación con algún señor. Conoció el mundo de forma autodidacta, leyendo, y más tarde, explorando las calles, a veces siguiendo a Lewis a escondidas. Con los años, la salud de Ed fue empeorando, aunque él trataba de que las cosas no cambiaran, porque “siempre se puede estar peor”. Cuando Marla tenía 20 años, Ed contrajo la tuberculosis, y en vez de reaccionar, se limitó a contemplar cómo la enfermedad se lo iba comiendo lentamente. Parecía que a todos, incluso a Ed mismo, les daba pereza reaccionar. A los cuatro meses, Ed murió. Tuvo un entierro lo más sencillo posible, y la vida siguió. Marla decidió que no quería seguir vivendo ahí, así que un día se fue. Simplemente salió por la puerta diciendo “mamá, me voy”. Su madre respondió “de acuerdo”.

Marla estuvo días viviendo en la calle. Eligió irse en el mes de Julio, para no tener tanto frío por las noches, pero descubrió que el frío no es la peor parte de dormir en la calle. Igual que en el cuento de la lechera, Marla fue dando pasos que la llevaran a vivir una vida diferente. Empezó a trabajar en una cafetería. Cuando pudo ahorrar algo, se fue a vivir en una asquerosa pensión sin agua corriente y con cucarachas por todas partes. Y siguió trabajando. Unos meses después, cuando sus ahorros fueron significativos, cogió el primer autobús que se cruzó en su camino y viajó hacia otra ciudad. Fue cambiando de trabajo tan rápido como de compañero; ella se lo tomaba como una especie de entrenamiento para la vida. No importaba la calidad, solo la cantidad. Trabajó de camarera, de telefonista, de cajera en un supermercado y de dependienta en un estanco. Se acostó con peones de fábrica, soldados, músicos y hasta un abogado que estaba borracho y quería cometer una locura. Un día, a los 23 años, le ocurrió algo que la cambiaría. Cuando volvía, ya de noche, del trabajo, dos desconocidos la atacaron por detrás. Le dieron un golpe en la cabeza y la dejaron inconsciente. Marla despertó en una habitació oscura. Le costó casi un día asumir que la habían secuestrado. Durante los primeros días estaba desesperada. Sus secuestradores no tenían contacto con ella, pero le daban de comer y almenos podía dormir en una cama bastante confortable. Una semana después, uno de sus captores entró en la habitación para hablar con ella. Agresivo y desconfiado al principio, la conversación con Marla lo fue cambiando poco a poco. Se dio cuenta de que se habían equivocado de rehén. Nadie iba a ofrecer un rescate por ella. Después de tres horas de entrevista, le vendaron los ojos a Marla, la subieron a un coche y la llevaron a un parque, haciéndole jurar que hasta pasados cinco minutos no se quitaría la venda. Los dos tipos se fueron. Después de aquella experiencia, Marla desconfiaba de todo el mundo. Seguía con ganas de experimentar, pero se sentía sola. Necesitaba hablar con alguien, que alguien la escuchara. Una tarde, al bajar del autobús, un chico le dio un papel con la dirección de un grupo de terapia para familiares de tatrapléjicos. Iba a tirarlo, pero de repente consideró la opción de ir a una de las reuniones. Al fin y al cabo, era gente con la que establecer contacto, almas pasando por omentos bajas buscando otras almas a con las que complementarse.. Después de esa reunión, Marla se sintió mejor. Había inventado una historia sobre su madre y el infierno de una silla de ruedas, que le reportó abrazos y consuelo de los otros asistentes.Así que decidió acudir a todas las reuniones de ese tipo que encontrara. Los siguientes tres años frecuentó terapias sobre los temas más variados, desde cáncer de piel hasta claustrofobia. Hasta que una tarde, en una de esas reuniones, vió a un tipo que le provocó un cierto interés.

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