Thursday, November 15, 2007

El buscador del silencio

boomp3.com

Érase una vez que se era un buscador del silencio. Un hombre que había oído demasiado en su vida. Los discursos de la rutina, la música del desengaño y el ruido de la estupidez habían acabado por transformarle en alguien que buscaba el silencio desesperadamente. Primero se limitó a rehuir los ambientes cargantes. Sus viajes al campo, para evitar los coches, la histeria urbana y las multitudes cada vez eran más frecuentes. Pero pronto necesitó más. Pronto el canto de los pájaros, y el murmullo del río que había frente a su cabaña empezaron a parecerle ruidos, primero antipáticos y luego insoportables. Necesitaba silencio. Invirtió todos sus ahorros en la reforma de su casa. Forró todas las paredes con los materiales aislantes más avanzados. Le dijo a todo el mundo que el trabajo le obligaba a viajar durante unas semanas al otro lado del océano, y se encerró para encontrar un poco de silencio. Pasó días sentado en un rincón, concentrado, buscando su intangible tesoro. Rompió todos sus relojes, para que el “tic-tac” no se le clavara en el cerebro. Al poco tiempo dejó de comer, de moverse. Hacía demasiado ruido. Se sentía desesperado, porque cuanto menos hacía, más atronador le parecía el cóctel acústico que le rodeaba. No servían de nada los tapones para los oídos, ni el aislante, ni todo su empeño para lograr, por fin, un poco de silencio.

Un día llegó a su límite. El estruendo de su respiración le estaba llevando a la locura. Cerró los ojos y retuvo el aire. Y se horrorizó. Pudo oir perfectamente su corazón latiendo fuerte, literalmente insultándole, asegurándole que iba a fracasar siempre. Oía la sangre corriendo por sus venas, cómo un río desbordado, y el ruido le inundaba la cabeza. Oía también crecer su pelo y sus uñas. Su cuerpo era una desesperante sinfonía que suponía un desafío imposible de abordar. Se estaba volviendo loco. Se arrancó el pelo y las uñas, se abrió las venas y las vació de toda su sangre, en un último intento de encontrar silencio. Quizá murió. Y el ruido continuaba. Se quitó el corazón y la razón, y no respiró nunca más. Pero el ruido continuaba. Finalmente no tuvo más remedio que rendirse. Tenía un capricho imposible. Muy triste (y sin corazón), aceptó el ruido eterno.

1 comment:

Anonymous said...

ma agradat el text.
cuida't.
muàs!